Tengo la firme determinación de respirar hasta lo más profundo. Esta es, creo, mi tercera sesión de respiración y mi impresión es que en la anterior no me había empleado a fondo, así que hago todas mis invocaciones y, como esta vez hay cacao para ayudar, me tomo un buen vaso. Está amargo, pero le cojo el gusto después de añadirle un poco de miel.
Empiezo a respirar firmemente, profundamente y sin pausa. Me doy cuenta de que no tengo por qué “forzar el esfuerzo” ni pensar en cuánto tiempo tendré que estar así, aunque me ayudan las explicaciones previas. Me siento cómoda con el ritmo escogido y sé que no me voy a cansar. Sigo y pronto siento mis brazos como si fueran torres de alta tensión. Había dejado las palmas abiertas, pero ya no puedo reconocer si siguen así. La sensación es como si estuvieran tremendamente apretadas y me recorriera el cuerpo una carga eléctrica inmensa. Al principio sólo noto esa carga en los brazos. Sé que puedo parar y que será más o menos suficiente para tener una experiencia viajera, pero de alguna forma me doy cuenta de que puedo seguir y trasladar esa carga eléctrica a todo mi cuerpo y algo me invita a hacerlo. Quizás que ya la voy notando en los pies y que me incita la curiosidad. El momento coincide con una música en la que también hay un sonido intenso de respiraciones “indias” y me dejo guiar por ellas. Las imito y veo que puedo guiar esa electricidad por mi cuerpo y hacerla llegar adonde haga falta. En realidad, lo mejor para mi, sería que todo mi cuerpo estuviera vibrando en esa frecuencia altísima de mis brazos, aunque casi queme y duela. Consigo expandirla hasta las piernas y pies y por la cabeza. Noto como empiezo a hacer muecas involuntarias con los labios, la nariz y las mejillas. Elijo no pensar en la pinta que tendré.